Voy a ser sincero, hasta que no cumplí los quince años no me convertí en un verdadero lector. En casa, mi padre nunca ha sido muy aficionado a la lectura. Siempre se le puede encontrar frente a una pantalla, sea la del móvil, la del ordenador o la televisión. Mi madre, en cambio, sí que ha tenido cierta afición por los libros, siempre y cuando tuviese tiempo. Cuando llegaban las vacaciones, se pasaba las horas leyendo sus novelas románticas en la playa mientras se tostaba al sol. Sin embargo, nunca me interesó ese tipo de literatura, los idilios amorosos de editoriales como Bianca y Jazmín no eran lo mío.
Después de pasar por la etapa escolar, leer por obligación algún volumen de cuentos y abominar de cualquier tipo de libro por un profesor de lengua nefasto, empezó mi interés por los videojuegos. Mi padre, que siempre ha sido un gran aficionado, me introdujo de forma paulatina en el mundo de los RPG: Fallout3, Skyrim, Dark Souls y muchos más. Esto me condujo a interesarme por el cine, el cómic y la literatura de ciencia ficción y fantasía. Del refugio 101, pasé a Alien: el octavo pasajero, que me condujo a los cuentos de H. P. Lovecraft. Mis andanzas por Anor Londo y las profundidades me arrastraron, inevitablemente, a conocer las aventuras de Berserk y la inacabable saga de Canción de hielo y fuego. El camino que abría una obra y me trasladaba a otras semejantes se bifurcó de tal manera que ahora no sabría decir cuál fue el origen de multitud de mis lecturas. Lo que sí que es cierto es que los libros dejaron de ser un lastre para convertirse en un refugio equiparable al de las películas, los cómics y los videojuegos.
Podría mencionar las aventuras de Bilbo y Frodo con sus correspondientes compañías, el largo camino hacia las Tumbas del Tiempo en busca del Alcaudón, los desvaríos provocados por el ubik o el terror originado en los pasadizos de la madriguera de Pennywise, pero siempre dejaría atrás a muchas otras historias que me han conducido hasta ellas. Lo más interesante fue descubrir que no se trataba de recorrer una línea recta de ficciones como un funambulista, intentando mantener el equilibrio, sino de lanzarse a la gigantesca red que lo conectaba todo para acomodarse como es debido.
Enhorabuena, me ha encantado la metáfora de la red frente a la cuerda del funambulista. A este lector seguro que le interesaría la tesis que se defendió en nuestra facultad hace menos de un mes: https://edua.ua.es/es/secretaria/tesis-doctoral/tesis-en-proceso-de-tramitacion/rocio-serna-rodrigo.html. Nos leemos
ResponderEliminar